lunes, 13 de septiembre de 2010

Carta de La Arquitecta Soledad Nores

Córdoba, 28 de Abril de 2009

Colegio de Escribanos de la Provincia de Córdoba
Togo Díaz, Constructor de puentes


Buenas tardes

Antes que nada quiero agradecerles por invitarme a participar de este encuentro. En palabras de Monseñor Estanislao Karlic, “Un encuentro es un acontecimiento que vale por sí mismo, un instante que no vuelve, y que lo vivimos llenándolo con amor y compromiso. Un instante que tiene el valor de su verdad, de su amor y de su libertad. Un encuentro es un hecho providencial por el cual Dios conduce a sus hijos a la verdad del misterio de comunión, que es nuestro destino y hacia el cual debemos crecer como hacia nuestra plenitud”.

Estamos acá reunidos en torno a una celebración especial, y estar re-unidos equivale a estar nuevamente unidos con un objetivo común. Hoy nos convoca un nuevo aniversario del Colegio de Escribanos de Córdoba. Y todos juntos, escribanos, arquitectos, familiares, intentaremos dar fe de conocimiento de una persona especialmente querida por nosotros, al Togo, trayéndolo al corazón de esta celebración.

Sigo pensando que expresarlo al Togo en una nota es, como decía San Agustín al hablar de Dios, pretender meter al mar en un baldecito de playa. Imposible.

Heidegger nos dejaba respecto al concepto del ser una relación intrínseca del ser con el habitar y del habitar, con el construir.

Y desde esa perspectiva el Togo “es”, sigue siendo, porque, existe habitando y habita construyendo aún hoy entre nosotros.

José Ignacio. Un José con una inteligencia inquisitiva y despierta, de gran capacidad intuitiva, dispuesto a alcanzar las metas propuestas, que supo unir sensibilidad, imaginación y creatividad, armoniosamente, que fue siempre propenso a conocer y obrar el bien con rectitud, que habitó las formas de la cultura con fluidez, indagando constantemente nuevas respuestas de habitabilidad. Y un Ignacio de corazón encendido, desbordante de talento natural, metódico y organizado para concretar la expresión, siempre original, de sus ideas, que supo comprender y penetrar en las cosas aparentemente impenetrables, y que no aceptó imposiciones arbitrarias.

José Ignacio pudo armonizar sus potencias y dar de sí mismo lo mejor. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales canalizadas buscó resaltar todo cuanto encontró de noble, bello y justo en nuestra cultura y la cultura del mundo para alimentarnos con las más elaboradas obras, proyectadas y construidas con talento y con amor.

Quienes hemos tenido la gracia de recibir su padrinazgo profesional damos testimonio de su entrega generosa a la cultura, de su escucha atenta para ubicar las coordenadas de los lugares en los que le tocó intervenir, y de su mirada sana que lo llevó a ver al hombre integralmente.

Se dejó trabajar por las circunstancias de la vida que lo hicieron gozar y llorar con la misma intensidad. A ningún trago amargo le sacó el cuerpo y de cada circunstancia desfavorable sacó su mejor perla.

Su escritura, su palabra, es y será su obra, obra que lo defiende sin necesidad de grandes manifiestos teóricos.

Pensó sintiendo, sintió conociendo, conoció amando, y amando, pensó que la vida podía ser gozada en plenitud.

No se sentó a esperar que la arquitectura lo honrara sino que fue él mismo, quien con su obra, honró a la arquitectura, a la vida, al hombre, a la cultura, y a Dios.

Dialogó con la existencia en todas sus dimensiones, utilizó el recurso interrogativo, el de la pregunta, descubriendo en la materia sus posibilidades, y supo plasmar, tanto en el pequeño detalle como en la gran obra, la plenitud de su generosa contribución, rindiendo homenaje a la figura y al fondo indistintamente, sacando de ellos, como de un manantial inagotable, las fuerzas para seguir construyendo habitabilidad.

Como hijo predilecto del territorio cultural arquitectónico nos dejó frutos maduros, multiplicados y repartidos. Se entregó sin retaceos, convirtiéndose en dueño y señor de su territorio personal. Su característico buen humor reflejaba el conocimiento de sí mismo y era expresión de un corazón agradecido por los dones recibidos. ¿Cómo no habría de estar alegre si ya conocía la diferencia entre lo relativo y lo absoluto?

En la última nota que le hicieron al Togo en la Voz del Interior, en junio del 2008, en vísperas de su nombramiento como Doctor Honoris Causa de la Universidad Católica de Córdoba, la periodista Virginia Guevara, quien le hacía el reportaje, le preguntaba entre otras cosas “cuál de sus obras era la que él quería más”, y el Togo respondió: “la que estoy haciendo ahora” Con esta expresión el Togo manifestaba una vez más su amor por el presente. La conciencia que el tenía respecto a la importancia de lo cotidiano, del día a día, lo hacía vivir el presente con pasión. La pasión con la que vivía cada instante era su pan de cada día.

Y volviendo a esta expresión suya: “la que estoy haciendo ahora es la obra que más quiero” me pregunto cuál es la obra que el está haciendo ahora acá entre nosotros. Y no tengo dudas que es ésta, la de promover este encuentro, esta es la obra que el más quiere y la que hoy está haciendo entre nosotros.

Traigo de la memoria este último reportaje porque es allí en donde nos deja otra de sus grandes síntesis. Nos deja entre sus expresiones la marca de agua identificatoria de su pensamiento, (y los escribanos saben a qué me refiero porque conocen de la importancia de dejar asentada la autenticidad de una escritura), una marca que fue fácil identificar en la expresión que hace a continuación y en donde él se revela. Haciendo memoria de su quehacer arquitectónico vuelve a los comienzos y substrae la mejor síntesis que se puede hacer de su pensamiento. Es en ese primer proyecto, una casa de piedra, piedra fundamental de su arquitectura, una casa ubicada a orillas del lago, desde donde se sumerge al mundo de la arquitectura, proyecto que se constituye en la marca que puede translucirse en el resto, ya no sólo de su obra, sino de su vida toda. El, describe muy sintéticamente a esa obra como una composición lograda por la construcción de “dos cubos unidos por un puente”. En esta composición está la síntesis de lo que el entendió era la misión del arquitecto. Por un lado el respeto por la individualidad personal de las figuras que componen cada parte y por otro la afirmación que ellas, por sí solas, no constituyen la totalidad de la verdad. Dos formas acabadas, independientes, con identidad propia, que por sí solas no conformaban la totalidad en tanto y en cuanto no estuvieran unidas por un puente. Una síntesis que intuyó toda su vida y por la cuál el mismo se hizo puente para darle forma. No se trata de superponer, anular, diluir, mimetizar una parte en la otra sino unir sabiamente reconociendo que ambas partes son necesarias. Arrimar las existencias, hasta hacerlas una sola verdad.

Espacio público y espacio privado, figura y fondo, sol y sombra, lleno y vacío, hombre y mujer, cuerpo y espíritu, silencio y sonido, código de edificación y libertad creativa, ayer y mañana, tracción y compresión, noche y día, cal y canto, paisaje natural y paisaje construido, los opuestos, dimensiones contrarias de la existencia que respetados y exaltados cada uno en su valor particular constituyen un todo si nos atrevemos a construir un puente que los comunique y no una superposición que los anule. El Togo nos muestra, en una perfecta síntesis, que una obra es un complejo de realidades comprometidamente unidas que forman una verdad que es mucho más que la suma de las partes.

Con sólo dos de sus expresiones nos hace sentir que el está aquí ahora haciendo la obra que más quiere, unir dos realidades con un puente. Esto es mucho más que arquitectura, es mucho más que urbanismo, es mucho más que plástica; es la síntesis perfecta del hombre que se sabe llamado a ser un instrumento para unir existencias. Y digo a unir, porque unir no es dar una solución de compromiso sin carácter, ambigua, ni tampoco hacer una excesiva simplificación unilateral y parcial de la realidad, sino es dar una respuesta clara y firme, contundente y comprometida con las necesidades de los opuestos, sacando la verdad a la luz, y digo sacando la verdad a la luz y no la realidad porque entiendo que la verdad es mucho más que la realidad. El comprendió que era necesario sacar la verdad del campo de la abstracción y darle vida.

Yo me atrevo a decir que el Togo es pontífice, pontífice de la verdad, porque se hace puente entre entidades aparentemente opuestas para construir la unidad del todo.

La palabra pontífice viene del latín, pontifex y está formado por dos palabras de raíz latina: pons, "puente" + facere, "hacer", con un significado real de "constructor de puentes".

-¿Hasta cuando piensa seguir trabajando? fue la última pregunta que le hicieran al Togo en aquél reportaje.

–Hasta que me saquen el lápiz o me llamen de arriba contestó. Y Dios lo llamó de arriba con lápiz en mano, para que tome la posta en el desarrollo de nuevos proyectos.

Hoy nos hacemos todos nosotros escribanos por un rato y damos fe de conocimiento de esta persona tan especial, y aseguramos que quien hoy comparece ante nosotros con su pintura es quien dice ser: el Togo, y su obra se constituye en documento idóneo que justifica su identidad. Muchas gracias.

Soledad Nores



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